Te vi allí, donde las miradas tejen una alfombra que vuela a la altura
de los ojos. Otra vez tenías esa máscara que ocultaba tu cara de niñita
enferma. El ácido cómico ya iba haciendo efecto, y las sonrisas
invitaban a abrazarse, a besarse en los labios, a hablar a los oídos, a
decir “si” con la cabeza. Entre las sombras distinguí tu mano agarrada a
otra, de espaldas, y una sonrisa pasajera de deseo que se evaporaba
tras deshacer voluntariosamente el nudo de los dedos que pretendían
atraparte. Habías apostado fuerte a una buena baza y no era hora de
echarse un farol, ¿verdad? Pero mis ojos te andaban buscando, y al
encontrarse con los tuyos, te recordaron que esa baza estaba ahora
lejos, entonces un disimulado abrazo de confianza al verme, caricias de
cariño añejo… y luego todo lo demás. Terminamos vencidos por nuestros
deseos, en el cuarto de baño de aquél petrolero ardiendo, y nuestras
esperanzas de ser algo más fieles a nosotros mismos, ahogadas dentro del látex, en el
fondo del retrete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario