jueves, 24 de enero de 2013

el atracador del siglo xix

- Ahora, señor míreme atentamente

      (su influjo empezaba a cobrar su efecto en él)
      la boca entreabierta y la expresión propia de alguien que está
      viendo algo que no puede creer.

- Tiene usted un arma terríblemente preciosa, señor. El cañón cromado y con sus iniciales en el mango, ahora cubiertas por el sudor y la sombra de la palma de su mano.

      El arma, antes firmemente sujeta, comienza a temblar a escasos
      milímetros de lanariz del que está hablando.

- Bonito regalo de su tío John... ¿su padrino tal vez?. Muy adecuado para el día de su graduación. Pero hijo, ¿que es lo que pasó?, ¿como se encuentra en esta situación?, déjeme ayudarle. Míreme a los ojos de nuevo. Atienda , esto será su salvación.

      Con los ojos imparpadeantes, secos, el que empuña el arma
      asiente como un niño que va a recibir su recompensa.

- Abra usted la boca hijo, como si le fuera a ver el médico cuando le duele la garganta.

      Boca abierta con una expresión bobalicona.

- Se va a tomar usted la medicina que le recomenaré, eso le curará, hijo.

      Asentimiento.

- Pero... déjeme su precioso revólver, amigo, que empieza el tratamiento. Relájese.

Deposita suavemente el arma en la mano del viejo. Y éste agarra firmemente el revólver y descarga todas sus balas en la otra mano. Seguidamente introduce las balas en la boca del atracador y le ordena que se las trague, una a una. Cuando ha terminado le devuelve el arma y le recomienda que vaya al hospital. Tal vez necesite un lavado de estómago. Ha sido indulgente, la medicina podría haber sido más drástica, pero hoy la función había ido bien y estaba de buen humor. Además, un viejo mago como él no necesitaba mancharse las manos de sangre a esas alturas de la vida, ¿para que complicarse? la hipnosis ya le había sacado de atolladeros más difíciles que ese, siempre era una solución cómoda para pequeños percances de ese tipo.

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