Como Prometeo
Hay puzzles que
sólo pueden construirse con la rígida pauta de unir unas piezas con
otras hermanas preestablecidas por una figura, una forma. Y como
consecuencia de esto, en un orden necesario. Un puzzle se comienza
eligiendo una pieza al azar y continúa expandiéndose alrededor de esa
pieza como si de una conquista axial del plano se tratara, para acabar
en un todo rígido, preestablecido. No es el caso de este puzzle. En
éste, ideas pasadas, presentes y futuras (en el sentido de que aún no
has he concebido e irán surgiendo en la narración), propias y ajenas,
darán lugar a un todo azaroso, una forma amorfa no prediseñada.
Innecesaria, acaso incoherente. No pretende ser la imagen de nada,
ningún reflejo pero quizá si la consecuencia de esa dispersión , de esa
disonancia cognitiva , de esa desnaturalización racional a que me veo
sometido. A que nos vemos sometidos.
El doctor
Frankenstein creó a su criatura a partir de retazos orgánicos sin
sopesar previamente la posible naturaleza del ser que iba a ser creado.
Ese ser, posteriormente se apoderó de su voluntad cuando cobró
consciencia. Destruyó a su creador hasta el punto de que ese nombre,
“Frankenstein” no representa ya en el imaginario popular a ese
estudiante aventajado de medicina que soñaba con ser Dios y crear la Vida Eterna,
sino al Monstruo que él creó. Ese monstruo que actualmente inunda las
pantallas de Televisión con metafóricas formas que hacen renacer el mito
de Prometeo. Ese filántropo Titán que , con la perspectiva de dotar del
poder del fuego y de la sabiduría de las artes a un ser que suponía
puro, dotó de los saberes de la ciencia a los hombres sin sospechar para
que fines iban a ser usados en un futuro. Evidentemente Prometeo no era
clarividente, por que ese robo primigenio es el germen de gigantescos
Monstruos. No dudo que sin duda fue engañado, seducido, pero ignoro si
eso lo narra el mito.
Estos Monstruos
ahora se nos presentan como un mosaico de imágenes variopintas de miles
de colores y de voces, unas veces sedantes otras estridentes, que
conforman tras la pantalla luminosa “la noticia”. He de decir que “la
noticia” para mí ha pasado a ser antónimo de “ la realidad de las cosas”
y sinónimo de “la ilusión” (por no utilizar los términos, más drásticos
y absolutos de “verdad” y “falsedad”) . La noticia es un método
legítimo para metérnosla doblada a todos, sin anestesia ni bisturí. Un
maravilloso instrumento de ese Poder ficticio de la Plutocracia
legitimado únicamente por nuestra credulidad, por nuestra necesidad de
crear ficciones que no desentonen demasiado, de nuestra necesidad de
figurar la realidad , casi siempre de manera poco objetiva.
Esas imágenes del
Monstruo, actúan a la manera de potentes especias que aliñan el
espíritu. De su original sabor, nada termina por quedar. Como las
comidas que he degustado otras veces, las miro y sé a lo que me van a
saber. Las degusto antes incluso de introducirlas en mi boca. Y algunas
no saben bien. Lo mismo me ocurre con estos espíritus aliñados. Lo
observo en los ojos , en los labios, en los pasos, en la voz, en las
manos, en el tacto, en … De lo que originalmente fue una crujiente
manzana, sólo queda el viscoso sabor del gusano que la infectó.
Y de las hermosas Costillas de Adán tras la Metamorfosis
orquestada por un deseo sólo queda la divina figura metamorfoseada, lo
“bello”. Observar el mito bíblico de que la mujer nació de un deseo, y
por tanto de una debilidad. Al extraer dios la costilla inferior a Adán,
dejó una herida abierta bajo la pelvis. Dios operó desde abajo al
primer hombre. El placer que surge tras la cicatriz que une mi ano y mis
testículos , cuando me uno a una de las costillas , ese placer nace de
la reintegración de ese apéndice para formar un todo cósmico, reviviendo
un momento primigenio. Nace un Dios de tal unión. El germen de tal
unión residía, hace un tiempo impreciso, en la mirada. Esa conexión
primigenia entre dos humanos. Esa unión a distancia. Ahora , la visión
de una mirada resta importancia a lo que se observa. Ahora no se sabe,
se indaga. Y todo es equivocación. Ilusión que nace de lo turbio del
espíritu. Tengo mis cojones llenos de miradas perdidas. Y no
valen nada. Miradas que se pudren ahí dentro, que se van por el
excusado mientras, a veces, me pregunto cuántas costillas de Adán hacen
falta para saciar mi apetito. Luego pienso que corro el riesgo de
germinar, de plantar semillas y regarlas, sembrar apéndices de mi ser.
Les saldrían ojos, (pienso), bocas, piernas y manos que se agarrarían a
mis entrañas para luego devorarlas, como el águila a Prometeo. Como
monstruos. Me vaciarían. Quedaría vacío. Vacío de vida, y lleno del
tiempo que he perdido, lleno de esas decisiones, de esas circunstancias
que se desarrollan bajo el monótono e incesante cántico agónico y ritual
de los relojes. La obligación de ir haciendo cosas. A veces como una
máquina, como un autómata. A veces como un saco de huesos, músculos y
sangre, pero siempre equivocándote. Como Prometeo.
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